Imagina por un momento que Internet fuera un enorme mapa lleno de caminos invisibles: millones de rutas conectando servidores y dispositivos de todo el mundo. Cada vez que escribes el nombre de una web, como si fuera un destino en ese mapa, algo tiene que guiar tu consulta para que llegue al lugar correcto. Esa “guía” son las DNS, un sistema fundamental que hace posible que cada clic nos lleve exactamente a donde queremos ir.